Este 1º de Mayo viene mal para la mayoría de los trabajadores argentinos. Capa sobre capa, durante años, se fueron acumulando problemas estructurales que hoy generan un malestar constante, un mal vivir cotidiano que fue apagando paulatinamente la esperanza de disfrutar una vida digna producto de su esfuerzo.
Ser un trabajador promedio en Argentina significa, aun estando registrado, tener un salario que no cubre las necesidades básicas de la familia y en muchos casos trabajar en una empresa que tiene serios problemas para mantener la plantilla, cuando no para seguir existiendo.
Significa sufrir un sistema de transporte deficiente y pagar tarifas carísimas por un servicio de mala calidad. Significa que tus hijos están condenados a un sistema educativo que, en el mejor de los casos, no los prepara para los tiempos que corren y en el peor de los casos ni siquiera puede alfabetizarlos correctamente.
Significa que tu familia probablemente haya sufrido un episodio de inseguridad que alteró la forma de vivir, dormir y habitar el espacio público. Ser joven es sinónimo de no tener casa propia y de vivir pagando alquileres. Comprar un cero kilómetro está reservado para un puñado, para la “aristocracia obrera”. ¿Quién puede darse ese lujo hoy en Argentina? Pero si hasta el asado para los amigos le sacaron al laburante.
Y ante este panorama espantoso, a ambos lados de la grieta preparan con sus cuadros políticos y sus equipos de comunicación explicaciones en las que el culpable es el otro. Los que destruyeron la macroeconomía para “ayudar a la gente” dicen sin ponerse colorados que el desastre empezó el 10 de diciembre de 2023. En cambio, los que están destruyendo a la gente para “ordenar la macroeconomía” dicen que el quilombo es todo heredado.
Son los que a ambos lados necesitan que la grieta siga vigente con el fin de mantener grandes volúmenes de adhesión encolumnados por simple oposición. “Contra la derecha” para unos y “contra el kirchnerismo para otros” es el mantra tras el cual encubren enormes tropelías que le arruinan la vida a la mayoría trabajadora.
Lo cierto es que Argentina lleva décadas de deterioro general de su productividad y por ende del salario real. El PBI per cápita está completamente estancado al tiempo que la infraestructura productiva y social va quedando obsoleta frente a las necesidades del SXXI. En pocos años la robótica, la nanotecnología, la inteligencia artificial y la internet de las cosas va a abaratar tanto los costos de producción que ya no podremos fabricar absolutamente nada de manera competitiva, sobre todo si pensamos en sectores intensivos en mano de obra.
Pese a que estos desafíos están a la vuelta de la esquina, de que futurólogos, empresarios, sindicatos, analistas y periodistas coinciden en que el mundo del trabajo está cambiando a una velocidad sin precedentes, gran parte de la dirigencia política mira para otro lado y atiende su propio juego.
El mileismo propone una receta a contramano del mundo desarrollado y que para colmo ya fracasó varias veces. Según este libreto con orden macroeconómico y libre mercado se solucionan todos los problemas. El sector privado, sin intervención ni orientación alguna del Estado puede y debe resolver todos los problemas de una nación. Ya ni vale la pena detenerse a explicar que esto va derecho al fracaso, lo saben todos, aunque muchos por miedo o interés no lo señalen aun.
Más allá de lo que proponga el oficialismo, lo importante en este tiempo es clarificar qué modelo alternativo proponemos construir. Tenemos que repetir una y mil veces que el orden macroeconómico es una condición necesaria pero no suficiente, que nuestro país también necesita política industrial, política educativa y política de infraestructura: un proyecto capitalista moderno, con reglas de mercado para el sector privado y un Estado activo en la planificación estratégica y el la prestación de servicios de calidad, sobre todo educativos, sanitarios y de seguridad.
Hoy las fuerzas que levantamos estas banderas nos encontramos dispersas, sin articulación. Somos muchos y estamos desorganizados a la espera de que
aparezca un liderazgo que pueda “poner el dedo en el colchón” para juntar a los que consideramos que un país basado en el trabajo y la producción es posible.
Aparentemente ese liderazgo no está, no aparece o al menos no parece proyectarse con alcance nacional. Sin embargo este vacío, lejos de desesperarnos debe ser tomado como una oportunidad para que una nueva generación de dirigentes asome la cabeza y dispute el poder político con la misión de darle un poco de normalidad a este país que tanto amamos.
Federico Martelli
Secretario General
MUP