Por Osvaldo Vergara Bertiche
Un acontecimiento novedoso que abriría un ciclo histórico distinto.
Diría Don Arturo Jauretche: “El 17 de octubre, más que representar la victoria de una clase, es la presencia del nuevo país con su vanguardia más combatiente y que más pronto tomó contacto con la realidad propia”. Y como contrapartida, Emilio Hardoy, dirigente conservador, manifestaba: “Había dos países en octubre de 1945: el país elegante y simpático con sus intelectuales y su sociedad distinguida sustentada en su clientela “romana” y el país de “la corte de los milagros” que mostró entonces toda su rabia y toda su fuerza ¡Días que sacudieron al país! ¡Días en que la verdad se desnudó! ¡Días que cierran una época e inauguran otra!”.
El 17 de Octubre de 1945 no fue una simple manifestación protestataria, fue una Gran Rebelión Popular mediante la masiva participación y movilización de los trabajadores y con verdaderas características insurreccionales. Es por ello que John Wiliam Cooke señala: “El peronismo fue el más alto nivel de conciencia al que llegó la clase trabajadora argentina”. El 17 de octubre de 1945 marca el fin de una Argentina y el comienzo de otra. Fue un hecho tan contundente, que aún hoy, y a pesar de las conquistas perdidas, del patrimonio entregado, de las infamias cometidas, ha quedado no sólo como recuerdo y evocación, sino como Bandera para las luchas por la Dignidad Nacional.
Juan Jose Hernández Arregui (1913-1974) enseña que "El proceso de industrialización que venía de la Primera Guerra Mundial y acrecentado rápidamente en el transcurso de la Segunda, había dado origen a un proletariado industrial destinado a una decisiva experiencia histórica en medio del pánico de los partidos directa o indirectamente complicados con el pasado. Esas masas, decepcionadas del socialismo, ajeno a la realidad nacional, del radicalismo en plena descomposición histórica después de la muerte de su gran caudillo Hipólito Yrigoyen, y del comunismo, cuyas consignas nunca entroncaron con demandas populares del país, carecían de compromisos. El 17 de octubre no sólo fue una lección histórica para las fuerzas del antiguo orden sino la gigantesca voluntad política de la clase obrera. Su adhesión a un jefe no se fundó en artes demagógicas sino en las condiciones históricas maduras que rompían con las antiguas relaciones económicas del régimen de la producción agropecuaria, que superaban los programas de los partidos pequeño burgueses de centro izquierda. La revolución política exigía la reforma social. La recuperación de la economía, enajenada al extranjero y la elevación del nivel de vida del hombre argentino explotado, son la doble faz de un mismo fenómeno: la toma de conciencia histórica de las masas.
Educación y organización del pueblo:
“Primero hay que enseñarle a pararse; después a caminar; después correr despacio, y después correrá ligero.
Todo ésto está en la educación, en la organización del pueblo.
Es decir, convertir la masa en pueblo consciente de sus derechos y de sus deberes.
Y que los defienda: que los defienda inteligentemente y sin violencia.
No hay necesidad de violencia de ninguna naturaleza.
La persuasión vale mucho más que la violencia en el trabajo del pueblo; y la conducción tiene esa finalidad: llevar a todo el pueblo la persuasión.
Cuando llegue la persuasión, la violencia será una fuerza insignificante al lado de la que la persuasión representa.
Esa persuasión ha de llegar a todos los límites a que debe llegar dentro del pueblo.
En otras palabras, como decían antes, hay que educar al soberano…, pero hay que educarlo de verdad.” Juan D. Perón