Hizo esos y otros chistes. También hizo tiempo para reunirse con Julián Domínguez y Beatriz Rojkes, como quien se apresta a dar batallas importantes en el Congreso. Sólo la agenda del jueves incluía reuniones con el jefe de Gabinete, con el ministro de Educación, con el titular de la Afip, más el secretario general de la Presidencia.
Así que chistes combinados con trabajo, pero lo central es que en su discurso de reasunción se zambulló en una agenda de temas que el Gobierno hasta hace semanas no mencionaba, casi como mirando para otro lado. Se trata de dificultades articuladas en un sistema problemático: la baja de la producción de combustibles y la consecuencia de su importación a lo pavo, esas importaciones explicando la caída del superávit comercial, el impacto de los precios de los combustibles en el transporte público, el transporte vinculado con los subsidios, la eventual eliminación creciente de esos subsidios, con los costos que deban pagarse socialmente, según se manejen y gradúen las quitas.
Hasta hace poco, el Gobierno, en su entendible prudencia en el manejo del tema de los subsidios (manejo político, técnico y comunicacional), venía haciendo las cosas lo suficientemente bien como para no generar malestares. De hecho sólo afectó a los sectores más pudientes. La salida al aire del spot acerca de la tarjeta Sube sin mejores aclaraciones oficiales fue una desprolijidad importante.
No suele suceder que el empleo de la publicidad institucional carezca de la contención de un sistema de sentido también apalancado en la palabra de los funcionarios públicos. Seguramente se apuró la salida del spot para acelerar la masificación de la tarjeta, de modo de utilizarla cuanto antes como herramienta futura a la hora de sostener o eliminar subsidios. Al menos eso es lo que viene sugiriendo hace tiempo el secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi. Se puede conjeturar que quizá no se aclaró más y mejor porque existen “sintonías finas” a discutir ligadas al modo en que se cruzarán los datos a partir de la tarjeta, cómo establecer qué usuarios pagarán más o menos, cómo aplicar ya sean subas o descuentos a cada individuo perdido en un conjunto complejísimo de millones. Lo que es largamente anticipable –por eso el cuidado oficial– es que a la primera viuda maltratada ciertos medios saltarán a morder yugulares.
El sistema Clarín, con olfato de centrodelantero, vio la brecha abierta y aprovechó para mandar cuanto patadón pudo. Tratándose de millones de usuarios, la puesta en marcha de puntos de entrega de la tarjeta pudo ser más amplia para agilizar las cosas. Pero vale recordar que el sistema Clarín, en su afán por invisibilizar ciertas iniciativas oficiales, no ayudó en absoluto a difundir el arranque (tan demandado) del nuevo sistema. De modo que en estos días puso la monstruosa lupa en las colas de los primeros días tal como lo hizo con las que se formaron durante 48 horas ante las oficinas de la Anses, cuando se lanzó la Asignación Universal por Hijo. Por la misma época apeló al título “faltan aulas” porque, también por la AUH, había crecido la matrícula escolar. Respecto de la tarjeta Sube, las coberturas de un año y medio atrás se dedicaban a la falta de monedas.
Para el otro lado, pelotón. Si hay algo que suele caracterizar a los gobiernos kirchneristas son ciertas, no siempre esperadas, salidas por centroizquierda o izquierda (¿cómo definir parámetros en un mundo en el que o gobiernan los bancos o los veteranos de las SS salen a tomar las calles de ciudades del Este europeo?) cuando ciertos números o diagnósticos se ponen complicados. Sucedió con la estatización de las Afjp, pasó con la 125, puede decirse que con la ley de medios, se crearon la AUH y los Repro cuando estalló la crisis del 2008-2009, se tomaron las riendas del problema de la seguridad y se designó a Nilda Garré como ministra tras la represión con muertes en el Indoamericano.
Tal parece que ahora sucede algo similar en la relación con las petroleras. Comienzan a asumirse activamente –en el doble contexto de la presión de la crisis mundial y de la “sintonía fina por sector”– desde las dificultades de abastecimiento a la necesidad del Estado de dejar de sostener subsidios que, entre otros dolores de cabeza, dieron lugar a las “avivadas” a las que se refirió Cristina Kirchner el miércoles pasado.
Se sabe que hace tiempo el Gobierno viene discutiendo internamente las cuestiones de fondo; que se intentó y logró parcialmente incrementar cierta participación accionaria de capitales argentinos en la actividad, acaso apuntando a la formación de ese actor de rasgos imprecisos llamado burguesía nacional. El diario La Nación alerta acerca de una posible nacionalización de petroleras. Hay versiones que parecen confirmar ese temor del diario de los Mitre. Las últimas novedades acerca de lo que pueda hacerse en cooperación con Venezuela no alcanzan para solucionar en el mediano plazo el problema estructural.
Hacerse cargo. El regreso de Cristina a la presidencia ya no sólo confirma por enésima vez que el Gobierno sigue manejando la agenda política casi a su antojo. Salvo el kirchnerismo y los medios, el resto es borroso o desierto, y lo que asoma al fondo de ese desierto son las nubes un tanto confundidas de Mauricio Macri y Daniel Scioli. Pero ya no es sólo el consabido control de la agenda lo que está en juego sino que en este comienzo de año el valor diferencial es que lo que se afronta, los problemas son otros. Los relacionados con el petróleo, la balanza comercial y los subsidios ya fueron mencionados y llevan algunos años de arrastre. El frente de conflicto ahora agravado es el de la relación con el moyanismo.
Si el Gobierno va a iniciar otro tipo de relación con las petroleras (donde decir Repsol es decir España, o al menos el gobierno del PP) necesitará del mayor respaldo social, político y simbólico, y en ese sentido la última escalada con el sector de la CGT que responde a Hugo Moyano es un asunto a considerar. Todo “ismo” en este país es un abuso retórico impuesto por los periodistas, lo que implica decir que no está claro qué quiere decir y qué es el moyanismo, hasta dónde Hugo Moyano se manda solo cuando se irrita, hasta dónde será acompañado en caso de que continúe elevando los decibeles. El conflicto originado en Chubut, aun cuando incluyó represión policial en Trelew, tiene puntos de arranque tan dudosos que hacen pensar que fue exacerbado por la dirigencia camionera como para darse letra.
La semana parecía comenzar más calma, cuando uno de los hombres que rodean a Moyano, Omar Viviani, daba señales más bien pacificadoras. Del otro lado resonaron las declaraciones del ministro del Interior, Florencio Randazzo, más que sugiriendo que la renuncia de Moyano a sus cargos en el PJ no debía tener vuelta atrás. El Gobierno no parece dispuesto a reencauzar la relación sin tener fuertes certidumbres y garantías. Que el ministro de Trabajo Carlos Tomada, que ayudó a medir y resolver cientos de conflictos, haya cuestionado las movilizaciones y amenazas camioneras, suma aún más frío a una relación ardua de desempiojar. Al decir en su discurso en Rosario “Nos están llevando al terreno donde mejor actuamos: la pelea”, Moyano no sólo que se autodefinió por la positiva, quizá señaló sus limitaciones.
Finalmente, entre moyanistas y funcionarios quedó boyando de modo raro la figura del gobernador Daniel Scioli, pretendiendo hacer de mediador, siempre hiperactivo a la hora de construir su imagen de gran componedor, siempre asomando.
Las islas. Una última referencia al discurso presidencial, en tiempos en que algunos sectores, entendiendo que hacen revisionismo, dicen sobre Malvinas, con una cierta condescendencia, que hay que acabar con el discurso de “los pobres chicos que fueron a la guerra”, o que la guerra fue una decisión tomada en un vaso de whisky, o una pura aventura demencial.
Por supuesto, aquella guerra fue mucho más que eso: fueron las historias de pibes que se cagaron de hambre y de frío; las de los que fueron estaqueados o torturados; las de los muertos mal conducidos; las de la convocatoria clasista y racista para que la carne de cañón fuera chaqueña o correntina, cosa de causar menor impacto entre la gente linda; las del retorno nocturno en camiones cerrados.
Ante el riesgo de desmemoria, Cristina puso las cosas en su lugar al recordar que en 1982 la dictadura terrorista, la mixtura de colonialismo y populismo a la británica y las muertes en el Atlántico Sur se convirtieron en asuntos inescindibles.
Por "MIradas al Sur"