Por Daniel Olivera
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Magnetto: “Que los llamen a Alberto (Fernández) y a Sergio (Massa), ellos tienen muy en claro quien juega con quien y de qué manera podemos armar algo sólido… Un gobierno no se hace del día a la noche, acá está en juego el destino de la Argentina. A esta gente los dejamos avanzar mucho, pero todavía podemos hacerlos retroceder y poner las cosas en su lugar.
Cobos: “Yo hace rato que vengo trabajando con Montero en el armado de equipos técnicos y de ahí puede salir un esquema muy valioso. Un gabinete no se puede improvisar. No nos olvidemos que vamos a encontrar un país en ruinas y hay que reconstruirlo”.
Magnetto: “¿Y ya se perfila quién puede articular todo un esquema de gobierno?”
Cobos: “¿Una persona que pueda ser un… jefe de Gabinete, dice usted?”
Magnetto: “Sí, ¿en quién están pensando ustedes?”
Cobos: “Baglini perfectamente está en condiciones de hacerse cargo de una responsabilidad así. Tiene mucha experiencia, conoce de política y de economía y no tuvo el desgaste de muchos otros que estuvieron con De La Rúa”.
Héctor Magnetto se quedó en silencio, sin decir palabra. En ese cargo, Alberto Fernández siempre fue su punto de referencia, su modelo de dirigente político dúctil y flexible, capaz de comprender e intentar buscar zonas de conciliación entre los intereses de su Grupo y los del kirchnerismo. Pero ese nombre está vedado.
Frente a Magnetto estaba el hombre que más había corroído al kirchnerismo y por lo tanto no se podía permitir la jactancia de la duda ni dar una señal equívoca. Julio Cobos desvió la mirada hacia el Hermenegildo Sabat que como un imán captura la atención de todos aquellos que alguna vez ingresaron a la oficina del hombre fuerte de Clarín. Le sirvió también para no incomodar a su interlocutor. Para Cobos, la reunión era una bendición después de algunos meses de obligado autoexilio de los medios, cuyo efecto colateral más importante fue un fuerte descenso de su imagen en las encuestas. Magnetto ya había recorrido varias veces el espinel opositor, tratando de convencer, sin éxito aparente, a Reutemann. Ahora avanzaba con decisión por la opción más conservadora: la de Cobos y el regreso del viejo panradicalismo, aquellos dinosaurios políticos que sobrevivieron al colapso del 2001.
“¿Hasta dónde avanzará?”, se preguntó Cobos. Unos minutos después, salía del despacho del número uno del Grupo con la firme convicción de que los tiempos se aceleraban dramáticamente. Y que así como la caída de De la Rúa se consumó en menos de un año, un eventual regreso al poder de “los radicales” podría demorar mucho, pero mucho menos. Magnetto le acababa de mostrar el atajo para saltar un puesto en el organigrama del Estado de la República Argentina, el que lo llevaría de ser vice a ser el Presidente.
-Hay que estar preparados Julio, esta situación va a hacerse insostenible y todos creen que el hombre es usted. No llegan al 2011, no pueden llegar…Me dicen que si la economía se recupera ellos se van a fortalecer y no podemos permitir que eso suceda. Hay que frenarlos como sea para que no sigan haciendo daño al país, y yo sé de mucha gente que podría trabajar con gran eficiencia en esa tarea patriótica. Y una vez que se caigan, usted podría reconstruir las instituciones.
Cobos no tuvo tiempo a pensar en el bronce. Sólo pensó en el descomunal trabajo que le demandaría tirar abajo el andamiaje kirchnerista y volver atrás en el tiempo. Restituir por ley los fondos a las AFJP y desarmar el esquema estatal de jubilaciones, reprivatizar Aerolíneas, cerrar de una buena vez la herida abierta de los juicios a militares y civiles involucrados en los horrores de la dictadura, renegociar acuerdos con los organismos multilaterales de crédito, reasignar partidas presupuestarias de miles de millones de dólares que hoy solventan políticas sociales, romper relaciones con gobiernos como el de Hugo Chávez o Rafael Correa de Ecuador. La lista mental que pudo hacer a la salida de esa reunión no tenía fin, pero sí estaba seguro de que había una ley que sí o sí debería retrotraer a su estatus quo pre-Kirchner: la Ley de Medios Audiovisuales. La madre de todas las leyes para la supervivencia de su flamante “padrino” político, el que acababa de ungirlo como el elegido.
¿Tendría tiempo para pensar en sus tradicionales vacaciones a la chilena, como buen mendocino conservador? ¿O las cosas se precipitarían de tal modo que en los próximos meses podría estar probándose la banda presidencial? ¿Cuánto podría hablar con su grupo íntimo? ¿Estaba en manos de Gerardo Morales, el radical que más lo detestaba? ¿Cómo y dónde lo golpearía Lilita Carrió, haciendo saber el profundo desprecio que sentía por él?
Uno, seguramente el de mayor experiencia y habilidad, de sus operadores políticos le allanó el camino. Como antes lo había hecho Magnetto, anticipándole que inauguraría una nueva categoría presidencial: la de presidente antes de tiempo. ¿Qué le explicó? Buena parte de lo que había omitido Magnetto cuando lo recibió. Que Martín Redrado, sería el alfil que jugaría una carta tan ganadora que colocaría al Gobierno contra las cuerdas, provocando en los hechos una virtual “126”. Que Redrado no estaría solo ni mucho menos, que Gerardo Morales (sí, el mismo que lo odiaba y recelaba y que tantas veces lo acusó de traidor) y Federico Pinedo serían los “caballos” del ajedrez que le irían limpiando el terreno en el Congreso y en la Justicia.
Redrado: “Desde mi lugar yo les puedo decir que estamos fuertes para aguantar un cimbronazo como el que implica la caída de un gobierno y reemplazarlo por otro. ¿Se acuerda del 2001? Ahí las cosas eran explosivas porque nos quedamos sin oxígeno de afuera. Ahora es distintos, desde el Banco Central yo fui construyendo puentes muy sólidos con los grandes inversores. Pero no podemos dejarlos que manejen esa caja a su antojo, el peligro es que con esa plata pueden intentar ganar el 2011.”
En ese punto exacto de la charla los protagonistas entraron, como en la película Avatar, en otra dimensión de diálogo. Más denso, más espeso. Más, que duda cabe, conspirativo. Rémoras de la vieja historia de la Argentina golpista, cuando los sectores del establishment asumían directamente el control de la situación y relegaban toda consideración democrática, cuando hablan de las instituciones para conspirar contra las mismas instituciones que dicen defender con afán republicano.
Después de varios meses de hacer de su oficina de Clarín el centro de operaciones políticas destituyentes más influyente de la Argentina (relegando a un rol casi decorativo a Eduardo Duhalde), Magnetto volvió a sentir una dosis de ilusión. Enfrente suyo estaba un hombre en el que podía confiar. A Martín Redrado y su ambición (imposible despegar su nombre del rasgo personal que mejor lo caracteriza)
lo conocía desde otras épocas muy difíciles: las de ayudar a que el Grupo Clarín cotizara en la Bolsa de Nueva York. Y Redrado, con sus sólidos contactos aceitados desde la era menemista, los había auxiliado y guiado en ese intrincado mundo aún para un gigante de los medios de Latinoamérica como lo era Clarín en esos tiempos. También Magnetto recordaba como Redrado coqueteaba con ser la “esperanza blanca”, el Cavallo rubio y de ojos celestes del duhaldismo.
Magnetto: “Y vos crees que frenando el Fondo (del Bicentenario) los herimos de muerte”.
Cuando Redrado tuvo que contestarle a Magnetto, respondió que sí, que esa era la jugada a hacer, que había llegado el tiempo de pasar a la acción. Le explicó con aparente solvencia técnica por qué los fondos buitres harían el trabajo sucio y cómo al final del camino, los Kirchner tendrían que retroceder iniciando un camino que para él, Redrado, era sin retorno. Esa maravillosa música a los oídos de Magnetto terminó de cerrar la maniobra más audaz del ejército conspirativo de la restauración conservadora.
La reunión entre Redrado y Cobos tuvo la excusa ideal cuando el entonces titular (en plenitud) del BCRA le presentó formalmente al presidente del Senado el esquema técnico del Fondo del Bicentenario. Casi como en las películas de Hollywood, los protagonistas centrales de la conspiración se reunieron para “hablar” del centro de la conjura.
Lo que vino después ya es historia conocida. La “resistencia sin agua y sin luz” de Redrado en el Central, los fallos del juez Griesa en los Estados Unidos, las charlas imperdibles de Federico Pinedo con la jueza María José Sarmiento, analizando el soporte técnico para trabar la remoción de Redrado del BCRA, la aparición de Cobos con cara póker volviendo de sus “vacaciones” en Chile y tratando de generar una escenografía similar a la de julio del 2008 cuando saltó a la consideración pública como un Judas Iscariote que era bañado en las mieles de la popularidad por el antikirchnerismo rabioso y militante, y con un Gran Hermano dirigido por el enemigo más poderoso al que se enfrentaron Néstor y Cristina en casi siete años de poder: Héctor Magnetto.
Un hombre que consume los tiempos, y para quien el 2011 le resulta una vida.