HOY NO ES DÍA DE FLORES, ES DÍA DE LUCHA

HOY NO ES DÍA DE FLORES, ES DÍA DE LUCHA

Por Mara Espasande

La historia mundial, latinoamericana y argentina es una historia de hombres hecha por hombres. Una hipótesis para explicar esta situación podría sostener que en el marco de una sociedad patriarcal, la mujer quedó relegada al ámbito privado. Sin embargo, indagando en nuestro pasado descubriremos que esto no fue así. Si bien la estructura social condiciona el papel público de las mujeres, fueron muchas las que se animaron a quebrar esa barrera y protagonizar acontecimientos fundamentales para la historia de nuestra patria.

Cuando estas mujeres -además de tener la osadía de desafiar esta estructura social- se comprometieron con las luchas por la liberación de nuestros pueblos, sufrieron un doble silenciamiento: por su género, pero también por su pelea contra la clase dominante y las estructuras de opresión. “Malditas” al decir de don Arturo Jauretche, que “habiendo protagonizado hechos importantes o habiendo realizado obras valiosas, en ambos casos antagónicos al sistema predominante, han sido hundidos (diríamos hundidas en este caso) en el silencio y el olvido, para que las mayorías populares de hoy no puedan adquirir sus ideas o sus trayectorias para enriquecerse en la continuidad de la misma lucha”(1).

No se trata entonces de hacer una historia paralela, ni caer en reduccionismos simplistas, ni ensalzar sus figuras individuales y vidas ejemplares que sin duda llevaron a cabo. Nos proponemos desde una óptica de la sociedad en su conjunto, hacer justicia con esa “mitad invisible de la historia” (2) que junto a muchos hombres lucharon por la construcción de la patria grande.

La independencia se presenta en la historiografía liberal como la “gesta de los grandes hombres”. Hombres políticos, militares, escritores, intelectuales. Bien podría cuestionarse ¿no aparecen las mujeres en el relato de Mitre, cociendo las banderas, haciendo los trajes militares, donando sus joyas para el engrandecimiento del Ejército de los Andes? Es verdad, las mujeres aparecen instaladas en un lugar complementario, servicial a las demandas del momento, “colaboradoras necesarias”, pero no protagonistas y siempre actuando dentro del ámbito privado.

Juana Azurduy fue una de esas mujeres, que se convirtió en líder montonera en la guerra contra los realistas en el Alto Perú, siendo ésta una de las batallas más difíciles y sangrientas de la gesta de la independencia americana.

Oriunda de Chuquisaca nace en el seno de una familia con una buena posición económica. Ya a los 16 años en el Convento de Santa Teresa donde estudiaba, organiza reuniones clandestinas donde siguen apasionadamente la sublevación de Túpac Amarú. Expulsada de esta casa de estudios, se casa con Manuel Padilla con quien tiene 4 hijos. El matrimonio apoya los levantamientos de Chuquisaca y La Paz de 1809. Una vez desatada la guerra en 1810 Manuel organiza la resistencia contra los realistas en el Alto Perú. En ese momento Juana junto a otras mujeres dejan su hogar para sumarse al ejército.

Por su conocimiento del quechua y aymará convoca a los indios a incorporarse a la guerra, “seguir a Juana es seguir a la tierra” comentarán respondiendo a su llamado. Luego de las derrotas patriotas de Vilcapugio y Ayohuma nacerá la “Guerra de republiquetas” en las cuales Juana realiza un pacto con el Cacique Juan Huallparrimachi que forma el cuerpo de “Los Húsares”. En el transcurso de la guerra mueren sus cuatro hijos y ella queda embarazada. Resulta casi increíble imaginar a Juana pariendo en medio del territorio de guerra, dando a luz y con su niña en brazos luchar contra un grupo de realistas que la había encontrado, para llegar a un poblado indígena donde poner al resguardo a la recién nacida y continuar la batalla.

El cargo de “Teniente Coronel” otorgado por Manuel Belgrano y la visita del Libertador Simón Bolívar, son los únicos reconocimientos que Juana recibe. Al finalizar las guerras de la independencia entrará en el olvido y exclusión muriendo en la pobreza extrema en 1862.

Juana constituye un ejemplo por su compromiso con la realidad política de su época hasta las últimas consecuencias. Por la postergación de los intereses personales en pos de la construcción social. Esta es una de las tantas mujeres silenciadas de América Latina al igual que Macacha Güemes, Martina Céspedes, la haitiana Marie-Jeanne, Paula Jaraquemeda en Chile, Francisca Javiera Carreda, Josefa Camejo en Venezuela o Manuelita Sáenz en Ecuador.

Junto a ellas hubo mujeres indígenas, mestizas y criollas que quizás sea nuestra tarea integrarlas a nuestra memoria colectiva. Historias que sin duda, nos interpelan como mujeres, argentinas y latinoamericanas, ¿cuáles son las luchas presentes?, ¿dónde la patria necesita nuestro compromiso y esfuerzo? Estamos convencidas de la riqueza y la fuerza que tenemos para aportar en la construcción de esa patria grande que no pudo ser alcanzada en el siglo XIX.

El siglo XXI recién comienza y su historia está por escribirse