Entre la noche del miércoles y la del viernes, recorriendo la distancia que separa Resistencia de Buenos Aires y la cancha de Ferro de la Plaza de Mayo, algunas cosas significativas sucedieron como para generar una cierta inflexión en una realidad descripta impiadosa y unilateralmente por los grandes medios de comunicación.
Por un lado, Néstor Kirchner reasumió sus funciones en el Partido Justicialista mostrando una clara voluntad de seguir siendo el eje vertebrador del peronismo de cara al 2011, abriéndose a una perspectiva frentista y como uno de los instrumentos imprescindibles para garantizar la gobernabilidad.
Por otro lado, fuimos testigos, el jueves al caer la tarde, de uno de los actos más intensos, multitudinarios y emblemáticos de los últimos años, un acto que vio de qué manera se hacían presentes los movimientos sociales próximos al kirchnerismo bajo la impresionante participación de miles y miles de jóvenes que venían a mostrarle a la sociedad cómo se va recreando tejido político y militante asociando, en un puente simbólico, aquel lejano 11 de marzo de 1973 y este marzo argentino atravesado por nuevas y viejas urgencias.
Y, finalmente, cómo de un modo espontáneo (siguiendo una llamada nacida de un facebook organizado en torno de los televidentes del programa 6,7,8, que se emite por Canal Siete) más de 10.000 personas, de esas que los movileros de los noticieros describirían como vecinos y vecinas de la ciudad –diferenciándolos de los oscuros piqueteros que vienen del suburbano negro y miserable– se movilizaron en defensa del Gobierno y para hacer visible que amplios sectores de la clase media no se sienten representados ni por la Mesa de Enlace ni por eso que los medios hegemónicos de comunicación denominan “opinión pública”.
Tres acontecimientos enlazados y distintos que marcan un giro en el interior de un tiempo nacional zigzagueante y espasmódico.
Primero la semana se inició con los preparativos opositores para lapidar a Mercedes Marcó del Pont, punto de partida de una ofensiva diseñada para arrinconar y debilitar al Gobierno y quitarle todos sus instrumentos para conducirlo hacia un callejón sin salida. Eufóricos, los principales dirigentes de la oposición, que ya venían empachados de la repartija antidemocrática de todas las comisiones del Senado y de diputados, que imaginaban una rápida derogación del DNU que anticiparía otro trámite exprés para transferir directamente el impuesto al cheque a las provincias, se prepararon y se acicalaron para, en una jornada que anticipaban como memorable (algo así como un nuevo 25 de Mayo de la república recuperada), darle el golpe de nocaut, vía el rechazo del pliego de Mercedes Marcó del Pont, al Poder Ejecutivo.
Se imaginaban, exultantes, que en el momento de juntar las mágicas 37 voluntades patrióticas todas las cámaras del país estarían grabando para la posteridad su hazaña republicana. Lo que no imaginaron fue, por un lado, la impecable defensa que la presidenta del Banco Central haría de su gestión señalando el fondo de la cuestión y desnudando las carencias de esa suerte de tienda de los milagros que es la oposición, y, por el otro, que serían incapaces de juntar ese número cabalístico ofreciendo, por el contrario, la imagen vergonzosa de utilizar aquellos mecanismos que previamente habían criticado –me refiero a no dar quórum– para, finalmente, lanzarse a un sinnúmero de acusaciones cruzadas entre quienes previamente se habían ofrecido como los garantes de una oposición unida.
Junto con este despiste lo que también apareció como una nota no menor dentro de los bruscos movimientos de la realidad y de sus principales actores, fueron las feroces críticas que desde la corporación mediática se lanzaron contra esa misma oposición a la que, desde hace un par de años, se venía alabando como la máxima expresión de las virtudes republicanas y democráticas frente a un oficialismo impresentable y autoritario. De la noche a la mañana, los periodistas “independientes”, esos que fijan doctrina y dan cátedra de calidad institucional, multiplicaron, como un coro desafinado, sus voces lapidarias contra aquellos que pasaron de ser “paladines de la democracia”, “dirigentes de la República”, “voceros de la genuina opinión pública”, a convertirse en “horrorosos ejemplos de la inoperancia”, en “impresentables demagogos de sus propios intereses”, en “operarios funcionales al oficialismo”.
Les faltó hablar de “la caja” para completar la colección de insultos con los que mostraron su desilusión hacia aquellos a los que habían inflado hasta hacerlos salir de la atmósfera terrestre. En un abrir y cerrar de ojos quedó en evidencia que esa suerte de tienda de los milagros llamada oposición no podía escapar a su incoherencia, a sus asimetrías y a su condición esperpéntica. Todavía los socialistas santafesinos (verdaderos herederos del puritanismo moral del calvinismo suizo) se están preguntando qué hacia el senador Giustiniani junto con Reutemann, Rodríguez Saá y Menem, o por qué dio su acuerdo para que una senadora del Opus Dei, recalcitrante reaccionaria, fuera nombrada al frente de la Comisión de Legislación. Las huestes radicales, al menos en sus planos dirigenciales, hace mucho tiempo que no se preguntan hacia dónde va ese partido que supo conocer épocas de raigambre popular y de ideas democráticas y que hoy funciona como correa de transmisión de intereses corporativos.
Tal vez lo más significativo de la semana, más allá de la consistente y sólida defensa que realizó Mercedes Marcó del Pont ante una junta inquisitorial que renunció ominosamente a formularle cualquier tipo de pregunta condenándola casi sin juicio previo, haya sido la recreación, bajo distintas características, de la participación popular cristalizada primero en el multitudinario y festivo acto organizado por el Movimiento Evita en Ferro y cerrado por la inesperada manifestación de apoyo al Gobierno que se reunió en Plaza de Mayo el viernes al caer la tarde y que mostró la imagen de varios miles de personas, de esas propias de la acuarela de clase media porteña, que fueron capaces de romper la matriz supuestamente antikirchnerista de esos mismos sectores que suelen presentar los medios de comunicación.
Algo pareció liberarse junto con la necesidad de aquellos que concurrieron a ambos actos de reconocerse en la experiencia plural y multitudinaria, esa que al ocupar democráticamente el espacio público renueva las posibilidades de lo político.
A veces, y eso no deja de ser sorprendente, la fragilidad, la sensación de acoso, el permanente hostigamiento que parece buscar la asfixia del Gobierno, termina por abrir los grifos de la participación de todos aquellos que se horrorizan ante los posibles “herederos” que se ofrecen al mejor postor corporativo y en nombre de lo peor del pasado reciente.
Por eso, y ésta no es una enseñanza menor, los efectos de la “debilidad” asumen la forma inesperada del entusiasmo movilizador. Algo de eso sucedió al inicio del conflicto por la 125; algo también volvió a repetirse después de la derrota del 28 de junio de 2009 y, bajo nuevas condiciones, emerge en estos días “destituyentes”. Mientras tanto seguiremos, semana tras semana, asistiendo a las turbulencias argentinas.