Palabras de la Presidenta en la XXI Cumbre de la Unidad, Cancún, México

Palabras de la Presidenta en la XXI Cumbre de la Unidad, Cancún, México

Gracias señor Presidente de la hermana República de México, anfitriona de este fantástico encuentro, que busca una vez más nuestra integración. Yo quiero abordar puntualmente hoy un tema que tiene que ver con la integración; que tiene que ver con la defensa de nuestros recursos naturales; que tiene que ver con nuestra historia como región; que tiene que ver – en síntesis – con lo que durante varios siglos y aún hoy sigue atravesando la política internacional y el derecho internacional, que es la forma en que nos vinculamos los países democráticos y civilizados.

Como ustedes saben estoy hablando de la cuestión de Malvinas, que no es solamente una cuestión que tenga que ver con una disputa de soberanía, tiene que ver con lo que ha sido la historia de la región y por qué no del mundo, en los últimos dos o tres siglos.

En 1833, un 3 de enero, la población argentina de nuestras Islas Malvinas, que creo huelga decirlo, puedo aquí relatar historias, instrumentos jurídicos, pero algo más simple y sencillo, como es la geografía, lo visible da cuenta de ese territorio argentino que conforma nuestra plataforma y que integra la más nobel provincia argentina, que es la Tierra del Fuego, cuyos legisladores – sin distinción de partido – están aquí sentados acompañando a la Presidenta de la República Argentina.

El 15 de enero, este 15 de enero que pasó se cumplieron 177 años del primer reclamo que mi país hizo a la Gran Bretaña para que restituyera a nuestro país nuestro legítimo dominio.

Debió hacer reserva de esto, con motivo de la Carta de San Francisco, cuando se conforma la organización madre de Naciones Unidas y allí en la conformación de esta Carta se deja constancia y se reclama, una vez más, nuestra soberanía.

Veinte años después, en 1965, obtenemos por una resolución del Plenario de Naciones Unidas, la obligación por parte de ambos países de sentarnos a discutir nuestra soberanía teniendo en cuenta también los intereses de los habitantes de las Islas. A esa primera resolución del Plenario de Naciones Unidades le siguieron nueve resoluciones más del Plenario en igual sentido y prohibiendo además tomar decisiones de carácter unilateral.

Podría, también, hablar de numerosas resoluciones del Comité de Descolonización, de numerosas manifestaciones, declaraciones de encuentros internacionales de todos los foros, en todas partes del mundo, en los cinco continentes pidiendo precisamente que se dé cumplimiento a esta resolución de Naciones Unidas.

Ustedes saben que el episodio, que se produce en 1982, durante la dictadura militar, que es bueno reconocerlo porque parece que esas dictaduras militares en la región, hubieran surgido espontáneamente y todos sabemos que no es así; también la historia de una región que recurrentemente sufrió golpes de Estado, la mayoría de ellos patrocinado por las grandes potencias. Ahí esté el testimonio – también trágico – de la hermana República de Chile. Por lo tanto creo que aquella decisión agónica de una Junta Militar, que se veía totalmente acorralada fue funcional a lo que sin duda era una decisión que se había tomado, independientemente de cuál fuera la actitud de aquellos militares.

Y esto lo podemos mirar a la luz de la historia que siguió a todo esto, porque desde 1965 hasta ese episodio, no pudimos lograr sentarnos formalmente a discutir la soberanía. Y luego del advenimiento de la democracia – y fundamentalmente durante los años 90 – surgió otra política que recibió mis críticas internas, pero que debo reconocer a la luz de la mirada y perspectiva histórica – que tal vez intentó como una contrapartida a aquella actitud de los militares de ensayar una política diferente de acercamiento, de cooperación que se denominó en algún momento de seducción y se llegó a un acuerdo, en materia de manejo de hidrocarburos, una Declaración de Cooperación Conjunta para Actividades Off Shore, a fines de septiembre de 1995, para ser más exactos, el 27 de septiembre de l995. Era la primera vez que se sentaban para abordar un acuerdo de cómo tratar en forma conjunta y cooperativa recursos naturales no renovables.

A los cinco o seis días ese tratado, ese acuerdo, esa declaración fue violada.

¿Por qué? Porque Inglaterra interpretó unilateralmente que la única área que podría tener cooperación conjunta eran los 21 mil kilómetros cuadrados, que ellos determinaban, y no los 430 mil kilómetros cuadrados, que constituyen la zona que podemos denominar de disputa de soberanía. En cinco días tan sólo se violó el tratado y se dieron reuniones conjuntas: ocho en total, la última terminó en el año 2000, sin que en ningún momento y en ese lapso pudiéramos lograr – desde 1965 hasta el 2007 – ninguna actitud de discusión, tal como marca Naciones Unidas.

En el año 2007 se dio por finalizado este ejercicio, por evidente incumplimiento, y hoy nuevamente se ha instalado una plataforma al sur de las Islas, en clara violación a todas y cada una de las disposiciones de Naciones Unidas, que plantea algo más que una cuestión de soberanía, sino que nos plantea como región la posibilidad cierta y concreta de que esto pueda ser utilizado como un ejemplo en un siglo XXI, en donde la disputa de los recursos naturales va  a ser el gran escenario internacional.

Si el colonialismo caracterizó los siglos XVIII y XIX; si el surgimiento de Naciones Unidas, después de la Segunda Guerra Mundial y el advenimiento de la Guerra Fría y la disputa ideológica caracterizó el siglo XX; el siglo XXI va a ser – sin lugar a dudas – la gran discusión sobre los recursos naturales de todos los que estamos aquí sentados y de los que no estamos sentados aquí también.

Cuando Inglaterra dispuso, en estos días, el traslado de la plataforma para explotación off shore y Argentina en ejercicio de su derecho interno tomó decisiones que le competen como Estado soberano, desde el Foreing Office se agitó el fantasma de una eventual amenaza bélica, por parte de la República Argentina. Diría un ejercicio ridículo no, diría un ejercicio de cinismo porque creo que pocos países, luego del advenimiento de la democracia, han dado más testimonio que la Argentina en cuanto a ser un país de vocación profundamente pacífica.

Nuestras fuerzas armadas participan únicamente en ejercicios conjuntos de paz en Haití, en Chipre, ordenados por Naciones Unidas. No estamos en Afganistán, no estamos en Iraq, nos oponemos a cualquier tipo de ocupación; nos oponemos a cualquier tipo de violación del derecho internacional porque creemos que esta es una de las claves de un mundo cada vez más inseguro, más peligroso, más fragmentado, no ya por disputas ideológicas – como las que caracterizaron al siglo XX – sino tal vez por cosas más graves y profundas, como pueden ser religiones o intereses aún más profundos, como pueden ser el manejo por parte de cada uno de nuestros países del derecho a tener y ejercer el dominio y el usufructo de nuestros recursos naturales renovables y no renovables.

Yo agradezco profundamente en nombre de mi país el apoyo que hemos recibido de este foro, en cuanto a nuestros derechos legítimos sobre Islas Malvinas, sin estar a la Gran Bretaña a sentarse a la mesa de negociaciones, pero creo realmente que la cuestión Malvinas puede verse como un claro ejemplo de lo que sucede, en materia de derecho internacional, y en donde quienes tienen un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas pueden violar una y mil veces, sistemáticamente las disposiciones de Naciones Unidas, mientras que el resto de los países se ve obligado a cumplirlas, bajo pena de ser declarado un país enemigo o tal vez con calificaciones más duras; bajo pena de ser invadido militarmente o intervenido políticamente sus gobiernos.

Por eso creo que la cuestión de Malvinas es algo que debe competernos a todos, no solamente a los que estamos aquí reunidos, porque estamos formando parte de la región, creo que es algo que debe interesar al mundo contemporáneo porque va a resultar muy difícil justificar exigencias a otros países en base a decisiones que adoptemos y tal vez muchos de nosotros compartamos en Naciones Unidas, en materia de desarme, en materia de actividad nuclear, en materia de respeto a los derechos humanos si realmente quienes tienen el poder de sentarse en esos sillones permanentes del Consejo de Seguridad, son los que violan una y mil veces, en forma sistemática las propias disposiciones que juntos tomamos en Naciones Unidas.

Yo quiero por eso – y sin tomar más tiempo del que realmente me corresponde – agradecer a todos ustedes y decirles también que la Argentina no ha tenido posiciones, la Argentina democrática me refiero, la Argentina de los gobiernos electos por sus pueblos, la Argentina en la cual los argentinos no solamente no podíamos elegir, sino además éramos o encarcelados o desaparecidos. Permítanme no me puedo hacer cargo de esos períodos de la historia, ni nadie puede pretender que los argentinos en sus grandes mayorías violentados por esos gobiernos dictatoriales nos hagamos cargo de lo que sucedió en esas etapas. Dicho sea de paso, gobiernos que eran prolijamente reconocidos por todos los países civilizados y democráticos del mundo, menos por sus propios ciudadanos tal vez en nuestros países, pero esto fue así.

Por eso quiero hablar en nombre de todos los gobiernos democráticos que hubo en mi país, del que obtuvo, en el año 1965, la Resolución 2065, también de aquellos que a partir de la experiencia que había significado la guerra de la dictadura militar creyeron que era un problema de formas la vinculación con la Gran Bretaña y que entonces habían sido los malos modales de unos militares los que habían provocado el endurecimiento y la perdida de poder para poder sentarse a una mesa de negociaciones. Se ensayó, a partir de los años 90, una política diametralmente opuesta de seducción, de acuerdos, de poder sentarse para ver cómo se podía explotar en forma conjunta y cooperativa los recursos y eso tampoco sirvió, porque en definitiva subyacía, tal vez en esa actitud, una incomprensión sin cierto grado de ingenuidad de lo que significan para las grandes potencias del mundo el manejo de los recursos naturales no renovables, de la importancia del petróleo o de los renovables de la importancia – por ejemplo – de la pesca.

Por eso quiero reivindicar todas las políticas que se han llevado a cabo por los gobiernos democráticos, aún aquellas que oportunamente no compartí precisamente por esta visión que viene a confirmarse en estos días, cuando nuevamente el Gobierno de la Gran Bretaña desoyendo, una vez más, una vez más las resoluciones de Naciones Unidas, de su Comité de Descolonización, de la propia lógica del siglo XXI que condena todos los colonialismos. Aquí tenemos uno tal vez de los últimos enclaves coloniales, pone blanco sobre negro que en definitiva la política internacional sigue siendo no una cuestión de derecho, no una cuestión de respeto a las normas establecidas, sino sólo y simplemente una relación de fuerzas: los que tienen más poder, los que pueden imponer sus decisiones por sobre el conjunto siguen utilizando ese lugar de privilegio para desoír al derecho internacional. Eso sí no hay foro en el cual uno no puede escucharlos acerca de la importancia del derecho internacional; acerca de la importancia de Naciones Unidas; acerca de la importancia de respetar los derechos de todos los países, pero lo cierto es que la práctica concreta sigue siendo la violación sistemática de ese derecho internacional, que debería ser vigente para todos los países.

La Argentina va a persistir con vocación democrática, con vocación de pleno respeto a los derechos internacionales, y al derecho internacional en general, en su reclama y adoptar en el marco de su derecho nacional todas las disposiciones y todas las resoluciones que tiendan a reafirmar nuestra soberanía sobre los Archipiélagos del Sur. No es un capricho de esta Presidenta, ni de los anteriores, es un imperativo de la Constitución Nacional.

En 1994, con motivo de la reforma de la Constitución Nacional, también tuve el honor de ser Convencional Constituyente, en aquella oportunidad, quedó grabado en nuestra propia Constitución la obligación, por parte de todos los gobiernos en la vocación imprescriptible e irrenunciable para seguir reclamando y reafirmando nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas.

  Por eso, señoras y señores Jefes de Estado, agradezco en nombre de nuestro Gobierno; en nombre de mi pueblo; en nombre de la República Argentina y de todas las fuerzas políticas, sociales y económicas que la conforman el apoyo  que este encuentro ha dado a nuestros reclamos, que es – en definitiva también, si se lo piensa, con un poco más de profundidad – un ejercicio de autodefensa de todos nosotros. Muchas gracias.