
En épocas tan ríspidas en materia política, cuando el gobierno nacional moldea una nueva estrategia política luego del revés de las urnas, este tipo de frases suelen pasar casi desapercibidas para el grueso de la población. Si bien es cierto que Llambías aclaró que aludía a uno de los fundadores de la Sociedad Rural, y no al ministro de hacienda de la última dictadura, queda claro que la ingenuidad no es una característica que sobre en el juego de la política. Por eso vale la pena detenerse en el concepto que traen consigo las palabras de uno de los “representantes” del tan mentado “campo argentina”.
La figura de Martínez de Hoz representa concretamente la política económica que impulsó el último gobierno de facto, política económica que, en realidad, fue la verdadera causa de la interrupción del proceso democrático que, tras la muerte de Perón, había quedado en manos de Isabelita. Es la cara de un plan sistemático, revolucionario a la inversa, implementado desde aquellos años, y que tuvo su correlato y culminación durante la década de los `90.
Después de la crisis de 1930, y del cambio geopolítico que provocó la Segunda Guerra Mundial, el país dejó el rol que le había sido asignado en la división mundial del trabajo como productor de bienes primarios, sin ningún tipo de valor agregado.
Esa estructura económica tomó verdadera fuerza a partir de 1880, y permitió la conformación de lo que se conoce como la oligarquía nacional, grandes grupos de familias que fueron beneficiados durante la “Campaña del Desierto” llevada adelante primero por Alsina, y luego por Roca entre 1877 y 1879. Se calcula que entre esos años y 1903 se otorgaron un total de 41.787.000 hectáreas a 1843 terratenientes, vinculados todos por lazos económicos y familiares a los diferentes gobiernos que se sucedieron en aquel período. Precisamente, José Martínez de Hoz, bisabuelo del ministro de economía de la dictadura, fue beneficiado con cerca de 2,5 millones de hectáreas.
A partir de 1930, pero fundamentalmente con la aparición del peronismo, el país ingresó paulatinamente en un proceso industrialista, en donde el campo dejó de ser el eje fundamental del aparato productivo, para convertirse en un eslabón más de un proyecta que tenía como objetivo último independizar económicamente al país. Solo un necio puede negar que cualquier nación que no agregue valor a sus productos está condenada al subdesarrollo.
Ese proceso de industrialización, que fue continuado por los gobiernos que sucedieron al primer peronismo, tanto radical como militar, fue interrumpido abruptamente en 1976, destruyendo el complejo industrialista que se había creado en todas las grandes ciudades argentinas, y generando un traspaso de riqueza desde los sectores más pobres y medios hacia los de más altos recursos. Fue así que se conformaron los grandes conglomerados empresariales que digitarían el futuro económico y los planes de desarme del estado que implementó el menemismo. Y por supuesto, los grandes terratenientes también recuperaron su lugar de privilegio en el aparato productivo nacional.
Por eso la de Llambías no es una frase ingenua ni dicha al pasar. Encarna el verdadero pensamiento de los sectores que encontraron en las disputas por las retenciones la posibilidad de recuperar terreno en el escenario político, en el teatro en donde se construye la realidad día a día, y se pone en juego nada más y nada menos que el poder.
Por eso es indispensable prestar mayor atención a aquellas situaciones que parecen menores. Porque suele ser en esas pequeñas cosas cotidianas en donde la verdadera naturaleza de las personas se dejan ver con mayor transparencia.