¿Qué pasa con las acciones de Clarín?

¿Qué pasa con las acciones de Clarín?

Este próximo viernes 19 de octubre se cumplirán exactamente cinco años desde que las acciones de Clarín comenzaran a cotizar en la Bolsa de Valores de Buenos Aires. Aquel día de 2007 también fue viernes y cabe recordar que nueve días después se llevaban a cabo las elecciones presidenciales que ponían a Cristina Fernández de Kirchner al frente de los destinos del país en su primer mandato. Cristina obtenía, aquella vez, el 45,23% de los votos y no hubo segunda vuelta porque la candidata opositora Elisa Carrió salía segunda pero lograba un flaco 23% de adherentes. Parece que hubiera pasado un vendaval o mucho más de cinco años desde aquella vez, porque cuatro años después, Fernández de Kirchner y Carrió volvieron a encontrarse en las urnas. La presidenta renovó su mandato con nueve puntos más de votantes (54%) mientras que Carrió retrocedía 21 puntos y sólo concitaba la adhesión del 1,8% del electorado.

La historia de Clarín y los resultados electorales es muy interesante y conviene prologarla con un señalamiento de Juan Perón que lo pone a la altura de los mejores semiólogos o analistas de la indescifrable relación entre medios de comunicación y política. "Cuando tuvimos a todos los medios en contra –dijo Perón– en 1945, ganamos; cuando tuvimos a todos los medios a favor en 1955, perdimos." Bien vale la pena subrayar, en vísperas del 17 de octubre, que Perón no sólo se comunicaba con el pueblo de una manera superlativa sino que también podía reparar en las paradojas de la vida.

En el caso de Clarín y las elecciones de 2007 y 2011, cabe recordar que hasta 2007, el grupo comandado por Héctor Magnetto tenía buenos vínculos con el kirchnerismo y no jugó cartas en contra de la campaña de Cristina Fernández sino más bien jugó a favor. A Elisa Carrió, Clarín también la apoyó. Cuatro años después, la comunicación de todos los medios de Clarín fue devastadora contra Cristina Fernández y sirvió para amplificar todo lo posible el odio desplegado por Carrió contra el kirchnerismo. Pues bien, será hora de revalorar un poco la autonomía de pensamiento de las personas, habida cuenta de que el odio contra Cristina no afectó para nada el caudal electoral y, encima, sacó nueve puntos más. En cuanto a lo de Carrió, todo indica que un factor importante en su decepcionante elección fue que con menos prensa hubieran quedado más disimulados sus tremendos desequilibrios emocionales.

Conviene poner un poco de perspectiva sobre algunas cosas porque la saturación de mensajes alrededor del 7D –de un lado y del otro– puede llevar a un gran equívoco respecto de cuánto influye la manipulación mediática en la vida cotidiana de las personas. Los movimientos políticos forjados en la resistencia y la lucha contra la injusticia son los que menos importancia le han dado a la creencia de que un titular de diario en contra o un artículo a favor son condimentos esenciales para hacer política y, sobre todo, obtener buenos resultados electorales. De allí que este cronista quiere poner el acento en que parece plantearse un falso dilema que crea una falsa conciencia: el 7D es una fecha que puede ser el límite de un proceso administrativo (readecuación de la cantidad de licencias, de acuerdo a lo establecido en el artículo 161 de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual) o la fecha de largada de una etapa más en las chicanas judiciales que pueda hacer el grupo de Héctor Magnetto para estirar el calendario en el mantenimiento de lo que a todas luces constituye una posición monopólica. La verdad, para la historia política y cultural de lucha contra la injusticia, ese día no cambia gran cosa. Eso sí, para la historia de un grupo empresarial acostumbrado a burlarse de las instituciones, sería una gran cosa que crezca la cantidad de ciudadanos que tomen conciencia de que no es lo mismo la impunidad que el ajustarse a Derecho. Aunque se trate de algo menos importante que la salud, el transporte, la educación, el trabajo, la seguridad pública o la vivienda. Porque, convengamos, los medios, por sí mismos, deberían ocupar un lugar de menor jerarquía en las democracias populares que aquellos que permiten derribar muros de injusticia y abrir posibilidades de igualdad o al menos de ascenso social

TÍTULOS BURSÁTILES Y JUECES SUBROGANTES

¡Qué conceptos alejados de la vida de las grandes mayorías! Cualquier observador –y más allá de sus simpatías políticas– puede descifrar la adhesión que los sectores sociales más desprotegidos dieron a la Asignación Universal por Hijo y al plan Conectar Igualdad. Son planes de inclusión social, son conductores de derechos básicos. Es cierto que quien escribe estas líneas puso, a lo largo de los años, mucho énfasis en el juego sucio llevado a cabo por parte de sectores políticos y lobbistas de turno con Clarín y con otros grupos de comunicación. Pero jamás quien escribe fue de la idea de que la agenda social y política debía estar centrada en cómo se arma o se desarma el enjambre de licencias de un monopolio. Ya se escucha hablar con propiedad de jueces subrogantes a cronistas que jamás cursaron una materia de Derecho y también se oye hablar del valor de los títulos a redactores que jamás cursaron una materia de Economía. El periodismo es para audaces, es cierto, pero también debe recordarse a la cantidad de comunicadores que parecían pilotos de guerra durante el conflicto del Atlántico Sur, por citar un caso patético de cómo la manipulación de la información afecta a la vida de un pueblo. Sin embargo, hay que enfatizar algo: si de algo sirve la formación académica en Comunicación Social es para valerse de materias como Psicología y Comunicación o Semiología, o de especialidades como Opinión Pública. Porque recorriendo a los autores imprescindibles se puede llegar a entender que hay una tensión real entre las mentiras escritas o televisadas y los oídos de los receptores, cuyas mentes están dispuestas a escuchar noticias que los convenzan de su autopercepción antes que tener una acabada comprensión de las verdades precisas. Sin pretender convertir un artículo periodístico en una clase de Historia de los medios, cabe recordar a Marshall McLuhan, autor de textos decisivos para entender los medios como promotores de cultura pero también como resultantes de una sociedad. Es decir, los medios pueden y deben verse como los efectores pero también como un resultado. Son, dicho de una manera simplificada, causa y efecto de cada momento de una sociedad. McLuhan analizó, como nadie, lo que significa la aparición de los estímulos y los lenguajes audiovisuales por encima de la escritura como medio de aprehensión de datos, tanto cuando se trata de noticias peladas como de relatos con presencia de autor. No puede dejar de verse en este autor cierta melancolía por el desplazamiento de los textos escritos. Quizá porque el canadiense McLuhan llegó a la comunicación desde la enseñanza de la literatura clásica y su especialidad era nada menos que William Shakespeare. Hace medio siglo, en 1962, a propósito del auge de la televisión, salía a la luz La galaxia Gutemberg, en la que el autor desmenuzaba el cambio de paradigma que significaba la aparición de la imprenta en la vida política y religiosa desde fines del siglo XV y cómo se cerraba un ciclo luminoso de la humanidad a mediados del siglo XX con el predominio del lenguaje audiovisual –eminentemente sensitivo– sobre el lenguaje escrito –eminentemente racional–. Sus estudios y el debate académico intenso le permitieron a McLuhan definir una tesis clave en la comunicación: "El medio es el mensaje." Dicho en dos líneas se refiere a que, en el receptor, queda más el significante (el envoltorio) que el significado (el contenido). De allí que los empresarios de medios quieren imponer sus marcas, sus productos y sus formas de relatar. Eso les interesa mucho más que cumplir con los preceptos de decir siempre la verdad y armar una agenda informativa acorde a lo que necesita el pueblo. McLuhan avanza un paso más en ese vínculo entre dueños y distribuidores de la información masiva y públicos consumidores pasivos del bombardeo mediático. El genial canadiense, valiéndose del parecido en inglés entre 'mesagge' (mensaje) y 'masagge' (masaje), publica en 1967, El medio es el mensaje. Un título sugestivo para desarrollar, entre otras cosas, los contrastes entre padres formados en la era tipográfica y sus hijos criados al amparo de la "caja boba".

Sin embargo, todas las advertencias tempranas de McLuhan no son argumentos para justificar el fatalismo y creer que la televisión intoxica seres humanos y adormece las conciencias. Tan superficial resultan las lecturas apresuradas como el desconocimiento de la importancia de los medios masivos de comunicación. Dicho esto, sin desconocer que los jueces subrogantes o los papeles bursátiles se hacen presentes en el escenario de la comunicación.

LA ACCIÓN DE CLARÍN

 Volviendo a aquel 19 de octubre de 2007, Clarín sentía que estaba en carrera a consolidar su poderío monopólico. La salida a Bolsa ponía al grupo en un status superior. Confiaban, además, en que Néstor Kirchner antes de entregar el bastón de mando a Cristina, firmaría la fusión entre Cablevisión y Multicanal, dejando a Clarín en una posición de privilegio en ese cotizado mercado. Eso se llevó a cabo en la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia y también tuvo el aval del ex Comfer. Las crónicas periodísticas de fines de octubre de 2007 consignan que, con la colocación del 20% de su paquete accionario (las llamadas acciones clase B), Clarín conseguía 530 millones de dólares en las Bolsas de Buenos Aires y Londres. Muchos subrayaban la buena acogida entre los inversores, que pagaban casi 33 pesos por cada acción. Pero los títulos del grupo de Héctor Magnetto fueron cayendo sin parar: un año después, en noviembre de 2008, la acción de Clarín caía hasta un piso de 3,59 pesos. Es cierto que eran tiempos turbulentos para todas las Bolsas y que luego los títulos de Clarín treparon –enero de 2011– a casi 24 pesos para desinflarse luego y cotizar a un promedio de nueve pesos. Lanzado a este desafío contra las disposiciones del artículo 161, en el sentido de adecuar sus inversiones y desprenderse de licencias, el último viernes 11, la acción de Clarín cerró a un magro 6,25 pesos.

Dado que este cronista no juega al póquer con Gordon Gekko, en vez de pronosticar qué pasará con los papeles de Clarín en los próximos dos meses, se propone dar una explicación de por qué hubo "una buena acogida de los inversores" hace cinco años. El mismo día que Héctor Magnetto fue a la Bolsa de Buenos Aires a pegar con el martillito y dar a luz la criatura bursátil, Pablo Andazabal, presidente del Mercado de Valores de Buenos Aires, destacaba que se trataba del primer medio de comunicación argentino que invertía en Bolsa y, como al pasar, decía que "hubo mucha presencia de inversores institucionales, como las AFJP". El pez por la boca habla y sin saber nada de mensajes o masajes, Andazabal daba a luz la parte más oscura de la criatura. Las AFJP que más acciones de Clarín compraron fueron Met, Orígenes y Consolidar. Pero, también hay que decirlo, figuró Nación AFJP, de mayoría estatal. En esa oferta inicial, las AFJP ponían 99,2 millones de pesos. Luego, sumando otros aportes de capital, se estiraban al doble, un total de 196 millones de dólares. La oscura maniobra, con el tiempo quedaba clara como el agua: el peso empresarial y los retornos ofrecidos a intermediarios, le permitían al Grupo Clarín captar ahorros de aportantes a la seguridad social a los que no se les consultaba si querían ser estafados. Cada vez que los cronistas de Policiales de los medios de Clarín se escandalizan por los robos a jubilados deberían tener presente el gran robo hecho por su jefe, Héctor Magnetto, consistente en captar el dinero con una acción inflada y luego, una vez embolsados los dólares de los jubilados, dejar que la acción baje al nivel "real".

Se trataba de una marca de origen: así como 17 años atrás se quedaban con Canal 13 por una bicoca (por menos de lo que el Grupo Clarín logró a través de desgravaciones impositivas por vía del artículo 100 de la vieja Ley de Radiodifusión), o como 40 años atrás se quedaban con las acciones de Papel Prensa sin poner un peso y siendo cómplices de un delito caratulado de lesa humanidad, el Grupo Clarín quería mostrar su poderío o su impunidad, que son dos conceptos generalmente solidarios. Creer que Clarín es el único grupo de poder que hace estas prácticas es una canallada, porque esa visión subestima el conocimiento o la percepción generalizados acerca de la historia de abusos de poder sufridos por los pueblos. Perder la oportunidad de poner en caja a un grupo empresarial arrogante es una completa estupidez. Es decir, hay que hacer todo lo posible para evitar los abusos de poder, de Clarín y de todos los otros, aunque la lista resulte demasiado larga e incómoda para muchos de los que se desgañitan contra Clarín. Pero, por último y no menos importante, si de lo que se trata es de mejorar la comunicación a favor del pueblo, entonces la tarea es mucho más ardua, más lenta, más contradictoria y compleja. Para eso, se necesita mucha participación popular, pocos arrogantes y pocos subrogantes y algunos humildes comunicadores con experiencia, algunos en el terreno del Derecho, otros en los de la comunicación popular y, aunque sea, unos pocos en el periodismo.

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