Por Carlos Tomada, ministro de Trabajo, Empleo y Seguridad social de la Nación
Publicado en Página/12 el 17 de octubre de 2013
Definiciones aparte –o sutilezas para quienes son proclives a negar esencias– lo que están haciendo con la cuestión laboral y los jóvenes es indigno. E indignante. Porque se están dando golpes bajos en las expectativas de quienes hoy ponen en marcha su presente. Su futuro. Y sus sueños.
En las últimas semanas, desde algunas oposiciones, opinólogos y medios se han planteado esta discusión. Una polémica sobre el mercado laboral y los jóvenes. Y en particular con los que no estudian, no trabajan y no buscan empleo. Y plantean un escenario plagado de inexactitudes. De estigmatizaciones. De desconocimientos. Y hasta de mentiras.
Nunca he sido amigo de abordar estos debates desde la mera enunciación de datos. Me parece que se corre el riesgo de olvidar que esos números comprenden realidades de carne y hueso. Que engloban ilusiones y proyectos. Pero como lo que están cuestionando son números y porcentajes, voy a aceptar este reto. Para que lo que quede en claro sean resultados concretos. Producto de un proyecto político que tiene a los jóvenes en el centro de la agenda. Veamos.
Para empezar, sostienen que durante los últimos diez años no se verificaron avances importantes en la reducción de las problemáticas laborales que afectan a los jóvenes. En términos objetivos, esta afirmación es una falacia absoluta. Se realiza una manipulación de la interpretación de los indicadores laborales. Y lo hacen utilizando una metodología conocida: minimizan los avances conseguidos por las políticas laborales implementadas desde 2003 y exageran banalmente la extensión y la profundidad de las problemáticas que aún persisten en el mercado de trabajo.
Un ejemplo de la utilización de este mecanismo es la lectura que realizan sobre la tasa de desempleo de los jóvenes. Habitualmente, se remarca que el índice es muy elevado (16,6 por ciento). Pero nada se dice de cómo el desempleo juvenil se redujo durante los últimos 10 años.
Es importante enfatizar el hecho de que la tasa de desocupación de los jóvenes cayó drásticamente en la última década. Y que gracias a esta reducción, el nivel que alcanza el desempleo en la actualidad es uno de los más bajos desde hace veinte años. En efecto, el índice en cuestión pasó del 31 por ciento en el cuarto trimestre de 2003, al 16,6 en el cuarto trimestre de 2012. Esto implica que la tasa se redujo nada menos que a la mitad en la última década. Y que es la más baja de los últimos 20 años. Durante 13 años la tasa de desempleo de los jóvenes estuvo por arriba del 20 por ciento. En mayo de 1994 alcanzó al 21 y se mantuvo por arriba de ese umbral hasta el cuarto trimestre de 2007.
Para aquellos que proponen políticas de desregulación para resolver los problemas de los jóvenes es interesante precisar que la tasa de desempleo juvenil durante la vigencia de la convertibilidad creció de 15,1 en mayo de 1991 a 37,8 en mayo de 2002.
Hay otros intentos para minimizar los logros alcanzados. Uno es ocultar que durante la última década una enorme cantidad de jóvenes accedió a empleos asalariados registrados en la seguridad social.
De acuerdo con la información que surge del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA) –donde se revelan los aportes patronales mes a mes– entre 2002 y 2012, 480 mil nuevos puestos de trabajo registrados fueron ocupados por personas entre 18 y 24 años. Esto implica que el trabajo formal orientado a la población joven se duplicó durante el período analizado.
A modo de conclusión, podemos decir que la incorporación de jóvenes al empleo formal permitió que una cantidad significativa de ocupados en inserciones precarias o desocupados, accediera a empleos registrados. Así mejoraron sus condiciones laborales. Esta mejora en la calidad del empleo lograda en esta década ha incrementado significativamente las posibilidades de mejorar sus inserciones laborales futuras. Esto es así, porque el acceso al empleo registrado quiebra la lógica de exclusión laboral y social que predominó especialmente en las décadas anteriores.
Para seguir creciendo, nuestro país requiere debates profundos. Y no chicanas. Propuestas superadoras. Y no borradores con cuestiones que además ya están en marcha. Nosotros planteamos discutir lo que falta. Por ejemplo, cómo ampliar la incorporación del sector privado en las políticas de capacitación y de inclusión que se vienen desarrollando con quienes tienen entre 18 y 24 años. La política de inserción de jóvenes a más y mejor trabajo está dando respuestas. Desde este punto podemos avanzar. Argentina necesita confrontar ideas e innovación. Con compromiso. Porque si no, estamos enfrentando una vez más sueños jóvenes versus mentiras viejas.